¿Qué harías tú si te sientes botado en la calle? ¿Si tu vida cambia drásticamente de un día para otro? ¿Si de la opulencia y la riqueza pasas a la pobreza y el desamparo?
Es común verlos en parques y veredas, en los basureros de la ciudad, mendigando comida o dinero de casa en casa o de bar en bar, personas que por circunstancias adversas en su vida han caído en la miseria y el desamparo.
Son estas personas a las que la
sociedad discrimina llamándolos vagabundos, seres que se han ganado el desprecio
y el irrespeto de muchos debido a las condiciones en que viven, pero sea cual
sea las circunstancias en que se encuentren siguen siendo seres humanos igual
que los demás.
Muchos son quienes insultan o
maltratan a un vagabundo porque lo consideran un ser repugnante y desagradable,
pero ¿qué se oculta detrás de una mirada triste? ¿Cómo es la vida de un ser humano
que no tiene a donde ir, nada para comer y es rechazado por todos quienes lo
ven?
Sobre una vereda de cemento, bajo
la sombra de un techo de loza, a media cuadra de la Av. 29 de mayo (una de las
avenidas más transitadas de Santo Domingo), el cuerpo de un hombre que yacía inmóvil
como el de un difunto empieza a moverse lentamente.
El ruido de los carros al transitar
y de las personas al caminar despierta a Armando Cajas, un vagabundo que dormía
profundamente en la vereda cubierto con una colcha vieja de color café, totalmente
deshilachada por el uso. El día anterior bebió tanto que su estado etílico no
le permitió avanzar más y terminó desplomándose ahí, en pleno centro de la
ciudad.
Ante las miradas de asco y sorpresa
de quienes transitan a su alrededor Armando decide retirar el manto con el que
cubría su cuerpo. Un par de lonas azules sin cordones, un pantalón café con
varios orificios alrededor y una camisa roja de tela con agujeros en las mangas
y cuello son las prendas que viste en ese momento.
Se pone de pie, sacude su pantalón,
dobla su cobija y la amarra en su espalda con una cuerda que cargaba en su
bolsillo, como si de una mochila se tratase. Mira desorientado el lugar donde
se encuentra y tambaleándose empieza a caminar, al parecer ha bebido mucho el día anterior.
Camina sin rumbo aproximadamente
media hora y se detiene en una esquina para cruzar la calle, el semáforo está
en rojo y los carros circulan a gran velocidad. Una vez puesto el semáforo en
verde Armando decide cruzar e ingresar a los comedores de la calle Ambato en
busca de un poco de comida.
Una vez cerca de los comedores
recoge una tarrina de plástico que encontró tirada en la basura, la limpia con sus
manos (sus manos se ven más sucias que la tarrina en realidad), la pone en su
mano derecha y empieza su búsqueda de comida.
“Comida”, dice con una voz
resquebrajada por las malas noches y la edad, “regale comida”
-
¡No jodas y mejor ponte a trabajar!
-
Madrina regale un poquito de comida
-
¡Sale de aquí antes de que te meta una sola trompada!
Después de varios intentos fallidos
y de haber recibido un par de escobazos, mojado con agua fría y aguantar varios
insultos por parte de los propietarios de los locales que visitó, una señora de
aproximadamente 65 decide obsequiarle un plato a medio comer, el vagabundo lo
recibe sonriente e ingiere los alimentos con la mano.
Este pobre hombre que deambula por
las calles día tras día en busca de alimento o refugio ha tenido un poco de
suerte, ha encontrado alimento, aunque se trate de las sobras que le obsequió
una anciana. Otros, sin embargo, no tienen la misma suerte. Pueden pasar días
sin comer o hasta semanas, o simplemente no despertar uno de estos días por
falta de alimento.
No existe en nuestro país aún un
plan para tratar a los vagabundos, o hacer algo con esta problemática que
afecta a la vida de seres humanos que son tratados como animales, no tiene
dónde ir, qué comer ni cómo salir adelante y nadie parece importarle.
Antes de maltratar a un mendigo,
bohemio, vagabundo o como quiera llamárselo, primero pregúntate qué harías tú
si estuvieras en su lugar.
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